sábado, 26 de septiembre de 2015

Serguiei Esenin
(1895-1925)

Dicen adiós las flores…






Dicen adiós las flores…


Dicen adiós las flores, se despiden
De mí: quieren decir que nunca más
―Reclinan su cabeza― ya veré
El rostro amado ni la aldea natal.

Bueno, las cosas son así, mi amor.
Las vi y las veo aquí en la tierra, estimo
Su fúnebre temblor como una muestra
Aún de ternura, y todavía vivo.

He aprendido mi vida día a día,
Siempre sonriente la he vivido, y siempre,
Siempre, invariablemente, así, he dicho:
Todo es, en nuestro mundo, recurrente.

Alguien más, está claro, ha de venir.
Ninguna pena borra la anterior.
Aquel que ha de llegar tal vez le cante
A nuestra amada una canción mejor.

Y la sien reposando en el nuevo hombro,
Y escuchando en silencio su canción,
Tal vez ella se acuerde aún de mí
Como su sola, incomparable flor.


(Octubre 1925)


Serguiei Esenin

[Versión de P. A.
Villa Dolores, 26-IX-15]


*


Цветы мне говорят ― прощай…


Цветы мне говорят ― прощай,
Головками склоняясь ниже,
Что я навеки не увижу
Ее лицо и отчий край.

Любимая, ну, что ж! Ну, что ж!
Я видел их и видел землю,
И эту гробовую дрожь
Как ласку новую приемлю.

И потому, что я постиг
Всю жизнь, пройдя с улыбкой мимо, ―
Я говорю на каждый миг,
Что все на свете повторимо.

Не все ль равно ― придет другой,
Печаль ушедшего не сгложет,
Оставленной и дорогой
Пришедший лучше песню сложит.

И, песне внемля в тишине,
Любимая с другим любимым,
Быть может, вспомнит обо мне
Как о цветке неповторимом.


(Октябрь 1925)



Сергей Есенин


jueves, 24 de septiembre de 2015

Viejas canciones rusas




Viejas canciones rusas


Si el dolor de esta noche
Fuera tan sólo mío. Tarde, escucho
Viejas canciones rusas, de la época
De la Segunda Guerra, y esa música

Resuena en el silencio de la casa
Como las notas de una marcha fúnebre
Lentísima, y desfila durante horas
Un cortejo de hombres malheridos,

De lisiados, vendados, mutilados,
Que se arrastra en la sombra y en la nieve
De regreso del frente a sus lejanos
Hogares, que tal vez ya están en ruinas.

Aquí es enero y viaja por el cielo
De la ciudad del sur la hermosa luna,
Silenciosa testigo de desgracias
Que casi es imposible imaginar;

Y en su pálida luz por la ventana
Pasa la procesión de lo que ha sido
Como un presagio de lo que vendrá,
Y en la pena del hombre solitario

Bajo la lámpara, también están
Las penurias de ayer y de mañana,
Como el reflejo, vivo y muerto, de una
Póstuma luz entre un millón de estrellas. 


P. A.
Córdoba, enero 2015 


martes, 22 de septiembre de 2015

De la impudicia de las emociones




Un amigo me transcribe unas palabras que la Salomé de la novela Seis noches en la Acrópolis de Yorgos Seferis le dice a Estratis, el “alter ego” del poeta. Dice Salomé, memorablemente: “me parece más impúdico desnudar mis emociones que mi cuerpo.” No sé qué le habrá respondido en la novela Estratis, pero me he quedado pensando en qué le respondería yo. No es casual, me parece, que quien diga esa frase sea Salomé: en mi experiencia, quien no duda de la belleza de su cuerpo, y por lo tanto lo puede mostrar sin pudor, incluso con orgullo, no siempre tiene la misma seguridad sobre sus emociones.
Ahora bien, el problema que plantea Salomé es de ardua resolución, y una problemática importante y preocupante para quien dedica su vida a cultivar y expresar sus emociones. Un aspecto de esta cuestión es: ¿a quién le importan nuestras emociones? Sólo a nosotros mismos, cabe responder, ya que cada cual tiene las suyas. ¿Para qué expresarlas, entonces? Bueno, evidentemente, porque al expresarlas, al convertirlas en palabras, las conocemos; más aún, pareciera que sólo así toman realidad, una realidad más compleja a veces y más honda de lo que creíamos, ya que el poder asociativo del lenguaje revela dimensiones que ignorábamos, o que no sabíamos saber. Gracias a esto, en la medida en que esa realidad exceda el caso puramente personal, privado, pueden tomar importancia también para otros, en la eventualidad de que reconozcan, con suerte, sus propias emociones en ellas.
Otra dimensión del problema es el siguiente: ¿Hay un límite para esa expresión? ¿Podemos, debemos expresarlo todo? Por ejemplo: si al expresar una emoción sé que produciré dolor en alguien cercano y querido, ¿está bien de todos modos hacerlo? Algunos ejemplos. Alguien está en pareja y se enamora de otra mujer; le escribe poemas; luego, el enamoramiento pasa, y quedan los poemas, que son quizás los mejores que ha escrito, y perdura el amor a la primera mujer: ¿no es una canallada publicarlos, si sabe que le dolerán a su pareja? O bien: alguien piensa en su muerte, y piensa incluso en las bondades de procurársela por mano propia; escribe un poema sobre esas meditaciones fúnebres: ¿hará bien en publicarlas, si no cumple su propósito, o hará bien en no quemarlas antes de cumplirlo, sabiendo que de un modo o del otro traerá dolor a sus hijos, a sus padres, a sus amigos? Por último: si un narrador escribe una novela en que representa a sus seres queridos, no siempre bajo una luz favorable: ¿tiene derecho de publicarla, si sus seres queridos se reconocerán fácilmente en tales personajes ficticios, y no lo harán con gusto?
Hay algo impúdico, en efecto, en desnudar las emociones. Pero si no se desnudan las emociones, ¿de qué habla la poesía, la literatura en general? ¿Qué clase de confidencia es la que ofrece la poesía? Es cierto que arte y confesión no son lo mismo, y si la confesión no logra transfigurarse en un objeto estético, dotado por lo tanto de una cierta impersonalidad, no valdrá demasiado como pieza artística, y tal vez tampoco como confidencia, porque una confidencia artística fallida pareciera mostrar asimismo una falla “metafísica”, por así decir, en el secreto que confía. Pero un arte sin confesión, especialmente en la lírica, me parece, no nos conmueve al fin: podemos admirarlo, pero no sentimos la conmoción que nos produce comulgar con esa especie de hostia ―hay algo sagrado en toda intimidad profunda― que es el alma y el cuerpo verbal del poeta.
Ungaretti, luego de la muerte de su hijito Antonietto, escribe una serie de estrofas en las que recoge la tragedia de esa muerte, publicada en Il Dolore. No incluye, sin embargo, un poema, “Monologhetto”, en el que la emoción le parece excesivamente en carne viva. Lo hace, sin embargo, en un libro posterior, con una nota donde dice, aproximadamente (cito de memoria, porque no encuentro el libro): “Era aún egoísmo [el no publicarlas]. No se puede reservar nada de la experiencia humana, sin presunción.” Me he preguntado muchas veces qué quería decir Ungaretti con ese “sin presunción”. La única respuesta que he encontrado es aquella antigua frase de Terencio: “Homo sum, humani nihil a me alienum puto.” La presunción, me parece, podría consistir en considerarse al margen de esa humilde materia humana común.


P. S.: Escritas las divagaciones anteriores, mi amigo me ha hecho llegar el resto del diálogo entre Salomé y Estratis: “«El arte [de la poesía] es difícil ―dijo impasible Estratis― y muchos fracasan. Sin embargo, no encuentro otro modo de expresar mis emociones». El desprecio había reducido la boca de la dama a la mínima expresión: «¿Y a quién le preocupan sus insignificantes emociones? Poesía auténtica sólo puede hacerla el profeta que da al mundo una nueva fe». «Tengo la impresión de que es otra cosa ―respondió Estratis―. No obstante, creo que si alguien consigue expresar verdaderamente las emociones que le causa el mundo, ayuda a los demás a no perder la fe que seguramente llevan dentro». «Pero, ¿qué clase de emoción? ¿Cualquiera?» «Me parece que sí, que cualquiera».” 


domingo, 20 de septiembre de 2015

Versos de otoño
Un poema de amor
de Rubén Darío
y una breve apostilla





Versos de otoño


Cuando mi pensamiento va hacia ti, se perfuma:
tu mirar es tan dulce, que se torna profundo.
Bajo tus pies desnudos aún hay blancor de espuma,
y en tus labios compendias la alegría del mundo.

El amor pasajero tiene el encanto breve,
y ofrece un igual término para el gozo y la pena.
Hace una hora que un nombre grabé sobre la nieve;
hace un minuto dije mi amor sobre la arena.

Las hojas amarillas caen en la alameda,
en donde vagan tantas parejas amorosas.
Y en la copa de Otoño un vago vino queda
en que han de deshojarse, Primavera, tus rosas.


Rubén Darío

[En El canto errante, 1907]





Breve apostilla


[Dedicada a Noelia Onisifora,
estudiante chipriota de Intercambio,
a quien le gustaba este poema
y contribuyó asimismo a su exégesis]


Como a veces he notado en mis clases que no se advierten, en una primera lectura, algunas sugerencias presentes en el poema en cuartetos alejandrinos que he transcripto, a riesgo de ser tedioso (“los poemas no se explican”, suele decirse, cosa que es verdad y no es verdad), señalo unas pocas claves para su relectura, aunque sean innecesarias.
El texto está dedicado por el poeta, ya maduro, en el otoño de su vida, a una jovencita. El “blancor de espuma” que aún persiste en los pies descalzos de ella puede aludir a la diosa de la belleza, Afrodita, nacida de la espuma marina a orillas de la isla de Chipre (mejor, quizás, no puntualizar el origen de esa espuma en la mitología griega). El cuarto verso de la primera estrofa (“y en tus labios compendias la alegría del mundo”) parece una hipérbole, pero sólo para quien no ha saboreado aún esa dulzura (“che dà per li occhi una dolcezza al core, / che 'ntender no la può chi no la prova”) o no ha visto nunca a una chica que parece la encarnación misma de la alegría.
El paralelismo metafórico en los versos tercero y cuarto de la segunda estrofa (“Hace una hora que un nombre grabé sobre la nieve; / hace un minuto dije mi amor sobre la arena”), además de aludir, claramente, a la fugacidad del “amor pasajero”, abarca espacios y estaciones antípodas, sugiriendo la universalidad y la atemporalidad de esa experiencia.
Los dos últimos versos de la tercera estrofa representan, como se ha dicho, a través de las estaciones, al poeta (el Otoño) y a su joven amada (la Primavera), y en la copa y en las rosas que han de deshojarse el lector bien pensado puede adivinar más o menos sutiles alusiones eróticas.
Luego de una segunda estrofa de carácter general y, diríamos, desilusionado, la tercera estrofa termina el poema con una notable afirmación vital, de tono dionisíaco: a pesar de que lo que reste en la “copa” masculina ya no sea más que “un vago vino”, en ella, sin embargo, la rosa femenina perderá sus pétalos. 
Si comparáramos, un poco en broma y un poco en serio, los tres momentos del poema con los movimientos de una obra musical, tendríamos un “Allegro amoroso, con dolcezza” en la primera estrofa, un “Adagio meditativo e malinconico” en la segunda y un “Allegro con brio, ma non troppo” en la tercera.


sábado, 19 de septiembre de 2015

Serguiéi Esenin

Tú, arce mío sin hojas, arce helado…






Tú, arce mío sin hojas, arce helado…


Tú, arce mío sin hojas, arce helado,
¿Por qué resistes bajo el viento blanco?

¿Tal vez has visto algo? ¿Tal vez algo has oído?
Pareciera que fuera de la aldea de paseo has salido,

Como un soldado ebrio que extravía el sendero,
Se hunde bajo la nieve y se hielan sus miembros.

Ah, también yo me siento hoy bastante caído
Y no tengo un amigo que me lleve a mi casa.

Allá se ve algún sauce, allá se ve algún pino,
Cantaron sus poemas al verano ―los cubre la nevada.

A mí mismo me veo como ese arce,
Pero no deshojado, lleno aún de follaje,

Y, perdido el decoro, se enamora
De un abedul, lo toma como esposa.


Serguiéi Esenin

Versión de P. A.
Córdoba, 19-IX-15


*


Клён ты мой опавший, клён заледенелый…


Клён ты мой опавший, клён заледенелый,
Что стоишь нагнувшись под метелью белой?

Или что увидел? Или что услышал?
Словно за деревню погулять ты вышел.

И, как пьяный сторож, выйдя на дорогу,
Утонул в сугробе, приморозил ногу.

Ах, и сам я нынче чтой-то стал нестойкий,
Не дойду до дома с дружеской попойки.

Там вон встретил вербу, там сосну приметил,
Распевал им песни под метель о лете.

Сам себе казался я таким же клёном,
Только не опавшим, а вовсю зелёным.

И, утратив скромность, одуревши в доску,
Как жену чужую, обнимал берёзку.



Сергей Есенин

martes, 15 de septiembre de 2015

Libros para llevarse a la cama





Una pregunta que se podría hacer un crítico en trance de escribir la reseña de un libro de literatura es la siguiente: ¿tendría a esta obra en la mesa de luz junto a mi cama? Vale decir: ¿la leería a esa hora en que sólo se lee por el gusto de leer? Parece trivial, pero creo que es una cuestión fundamental, un criterio básico de discernimiento. No es de dificultad o facilidad de lectura: he tenido durante largo tiempo los Four Quartets de T. S. Eliot junto a mi cabecera, que no es un texto justamente fácil, pero jamás pondría ahí, digamos, el Rincón de haikus de Mario Benedetti, que se lee y se olvida de corrido. No es de temática: nunca tendría en mi mesa de luz El Gualeguay de Juan L. Ortiz, a menos que me esté costando conciliar el sueño, pero he disfrutado durante varias noches, estrofa a estrofa, Luz de provincia de su comprovinciano. Tampoco es una cuestión de peso, al menos contando con buenas almohadas y buenas rodillas: durante más de un año he leído todas las noches, solo o acompañado, alternándonos en la lectura en voz alta, sin prisa ni pausa, el tomazo del Borges de Bioy Casares, como quien saborea algo dulce antes de dormirse. Ya de sólo pensar en que nos espera en el dormitorio un libro dilecto, la noche se ilumina. O sea: a menos que uno sea un mártir de la voluntad y el sacrificio en aras de la información cultural, o que el esnobismo ya se haya convertido en una segunda naturaleza en nosotros, a la cama nos llevamos esas criaturas literarias en las que podemos encontrar un genuino placer estético, intimidad con aquello que nos apasiona de verdad. Para un crítico, pues, no me parece desdeñable plantearse esta cuestión: ¿leería esta obra por el puro gusto de hacerlo o sólo lo haría por deber profesional? O bien, como decía, más sencillamente: ¿me la llevaría a la cama? 


sábado, 12 de septiembre de 2015

Notas al margen del poema
“In memoriam S. E. (1895-1925)”


Esenin en su último sueño
el 28 de diciembre de 1925


Suele decirse que la poesía no debe explicarse. A mi juicio, es cierto y no es cierto. Es cierto, me parece, que ninguna explicación puede sustituir la experiencia estética de la lectura directa del texto, cuya conmoción a menudo proviene de factores ―fónicos, musicales, connotativos, etc.― intraducibles a otras palabras que las mismas del poema (tal vez no se escribiría un verso si se pudiera decir exactamente lo mismo en prosa). No es cierto, me parece, que no se puedan iluminar sentidos de un texto poético ―presentes en el texto―que a veces a otros lectores quizá les resulten oscuros (alusiones históricas o culturales, por ejemplo, como en las notas a la “Commedia” de Dante o las que T. S. Eliot agregó como apéndice a “The Waste Land”), así como analizar diversos aspectos estilísticos que colaboran con el efecto estético del poema. El autor, también suele afirmarse, es la persona menos indicada para comentar su texto. Creo, asimismo, que es cierto y no es cierto. Es cierto que el problema de que el poeta explique su propio poema consiste en que puede interferir en su comentario lo que él quiso decir pero no dijo, amplificando o reduciendo el alcance de las palabras que están en el papel. No es cierto, sin embargo, por razones obvias: nadie mejor que él para saber qué alusiones están presentes en su poema o qué cuestiones técnicas tuvo en cuenta en su composición. En fin, valga lo precedente como introducción al motivo de estas líneas, que es referir unos pocos datos que tal vez sean necesarios para comprender los versos que escribí anoche en memoria de Serguiei Esenin. Me di cuenta ahora de que sin ellos tal vez el poema, no obstante su sencillez, que linda con el ascetismo (el léxico y las rimas del soneto son pobres, reiterados, insistentes), no se entienda del todo. Se me permita la inmodestia de explicarlos, más como experimentación crítica que por el valor que pueda concederle al texto. En primer lugar, debe saberse que en ruso el apellido del poeta lleva acento grave: se pronuncia Esènin (la métrica del primer verso no funcionaría si se lo pronunciara, como es habitual en castellano, con acento esdrújulo). Luego, todos saben, pero no sobra repetirlo, que Serguiei Esenin tuvo una vida breve pero intensa en pasión (en ambos sentidos del término), plena de dolor y de alegría, de amor y desamores, una afición excesiva al alcohol, el paso de la pobreza familiar en el campo a la celebridad como poeta y luego como esposo de la rica  y excéntrica estrella norteamericana Isadora Duncan, así como una problemática relación con la revolución bolchevique (adhirió fervorosamente a ella, pero paulatinamente fue marginado por el régimen comunista, que no veía con buenos ojos la vena campesina, religiosa, juerguista y anárquica de su poesía). Puso fin a sus días a los treinta años, en un hotel de San Petersburgo, ahorcándose. Antes de morir, como no había tinta en su habitación, se abrió las venas para escribir con su sangre en una hoja de papel los últimos versos, dedicados a un amigo poeta, Volf Ehrlich. Aquí, en fin, la traducción de esos versos y, en abrupto descenso, el poema escrito anoche en memoria del querido poeta, cuya poesía me acompaña de la mañana a la noche en estos días.

Adiós, amigo mío, adiós…

Adiós, amigo mío, adiós.
Querido mío, estás aquí, en mi pecho.
La fatal despedida
Promete, en el futuro, nuestro encuentro.

Adiós, amigo mío, adiós: sin un abrazo,
Sin palabras, sin ceño de dolor, sin tristeza―
Que no es nuevo morirse en esta vida,
Ni vivir, desde luego, es cosa nueva.

Serguiei Esenin
(1925)

*

In memoriam S. E.
(1895-1925)

Que no es nuevo morirse en esta vida,
Ni vivir, desde luego, es cosa nueva.
Serguièi Esènin


Hermano Esenin, la verdad, te entiendo:
Tu niñez, tus trabajos, tus dolores,
Tu alegría, tu alcohol, tus desamores,
Que no es nuevo vivir ―y estás muriendo―

Y no es nuevo morir ―y estás muriendo―:
Entiendo el júbilo de tus amores,
Entiendo el éxtasis de tus dolores
Irrestañables, que es morir viviendo.

Te pienso en esta noche allá en tu noche
Solitaria de hotel, después de tanta
Alegría y dolor, amor y muerte,

Y te entiendo en ese último derroche
De tinta roja: pienso hoy en tu suerte
Y es dichoso aquel nudo en mi garganta.

P. A.
Villa Dolores, 12-IX-15

In memoriam S. E. 
(1895-1925)





In memoriam S. E. 
(1895-1925)

Que no es nuevo morirse en esta vida,
Ni vivir, desde luego, es cosa nueva.
Serguièi Esènin



Hermano Esenin, la verdad, te entiendo:
Tu niñez, tus trabajos, tus dolores,
Tu alegría, tu alcohol y tus amores,
Que no es nuevo vivir ―y estás muriendo―

Y no es nuevo morir ―y estás muriendo―:
Entiendo el júbilo de tus amores,
Entiendo el éxtasis de tus dolores
Irrestañables, que es morir viviendo.

Te pienso en esta noche allá en tu noche
Solitaria de hotel, después de tanta
Alegría y dolor, amor y muerte,

Y te entiendo en ese último derroche
De tinta roja: pienso hoy en tu suerte
Y es dichoso aquel nudo en mi garganta.


P. A.

[Villa Dolores, 12-IX-15]