sábado, 25 de mayo de 2013

Leyenda y realidad 
del peronismo

Una vieja página de Borges




Leí hace unas noches en el tomo de las conversaciones de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares que el primero publicó en el diario La Razón , en mayo de 1971, una página sobre el peronismo, titulada “Leyenda y realidad”, hoy recogida entre sus Textos recobrados . Fui a verlo.

El artículo, bastante medido –para ser de Borges– en su carácter polémico, tiene la finalidad de informar a los jóvenes sobre un período que no vivieron y que “un olvido cómplice o candoroso” ha tergiversado, construyendo en pocos años una imagen falsa.

Si con el adjetivo “cómplice” parece aludirse a la idealización del movimiento por parte del peronismo tradicional, con el adjetivo “candoroso”, en cambio, se diría que señala la ingenuidad con que cierta juventud nacionalista de izquierda hizo suya la bandera peronista, identificándola con la del pueblo argentino mismo, y pretendió incluso utilizar para sus propios fines el apoyo que el astuto viejo político le dio, hasta que decidió echar a los “jóvenes imberbes” de la Plaza de Mayo (que fue como decir del país) en un conocido episodio de la historia argentina.

Una semblanza irónica. Las críticas de Borges apuntan al carácter autoritario del peronismo, a su aire de familia con el fascismo italiano, a la demagogia, la censura, la corrupción económica y la corrupción moral (por ejemplo, a través de la práctica frecuente de la delación) que dominaron durante esos años. No pretende ser un estudio, sino una semblanza del llamado justicialismo, presentada con lenguaje llano y no exenta de ecuanimidad (personalmente, sólo le objetaría la reticencia acerca de las mejoras sociales del período).

Tal vez el párrafo más agudo, a mi juicio, por su ironía, sea aquel en que define a Perón como “un nuevo rico”, un nuevo rico que hubiera podido aprovechar su omnipotencia política para instaurar una “rebelión de las masas”, “enseñándoles con el ejemplo ideales distintos”, pero que “se redujo a imitar de manera crasa y grotesca los rasgos menos admirables de la oligarquía ilustrada que simulaba combatir: la ostentación, el lujo, la profusa iconografía, [...], el amor de los deportes británicos y el culto literario del gaucho.”

Notará el lector ese eficaz oxímoron entre el culto del nacionalismo campestre (hoy se preferiría denominarlo “nacional y popular”) y el gusto por los deportes británicos (el fútbol, por ejemplo), típico recurso humorístico de Borges en sus impugnaciones del nacionalismo, como cuando señala en otros textos, no sin verosimilitud histórica, que el nacionalismo es una moda importada de Francia.

Consecuencias. Termina el párrafo de manera incisiva y terrible (“Inundó el territorio del país con imágenes suyas y de su mujer. Su mujer, cuyo cadáver y cuyo velorio usó para fines publicitarios”) y concluye la nota con una sesgada alusión al Martín Fierro: “Perdóneme el lector el atrevimiento de haberle recordado males que todos conocen, pero que ahora inexplicablemente se olvidan.”

Parece que el artículo de Borges tuvo cierta repercusión en el país (fue reproducido en otros medios) y creó bastante alarma entre sus amigos. Silvina Ocampo, al enterarse, se enfureció y le señaló al amigo de su esposo el error que había cometido al publicarlo: “Los peronistas están en una guerra; te pueden hacer cualquier cosa”. Y luego le dijo a Bioy en privado: “Una compadrada con la que nos compromete a todos”.

Borges no le dio mayor importancia al asunto, pero muchos amigos temieron que pudiera ser secuestrado o que lo asesinaran, cosas nada improbables dadas sus costumbres rutinarias y los tiempos que comenzaban a vivirse en la Argentina (yo mismo me he preguntado a veces, al leer estas y otras declaraciones suyas sobre el peronismo, si no habrá pasado por la mente de varios sacarse de encima a ese incómodo escritor).

A los pocos días de publicada la nota, uno de los principales productores financieros de la película Los orilleros , con guion de Borges y Bioy Casares, “alarmado por lo que se viene”, decidió retirar su apoyo del proyecto. Tiempo después, luego de contarle a Bioy sobre la cantidad de cartas que recibía por su artículo periodístico, Borges comentó: “Esa publicación me va a hacer muy popular, si no me matan antes”.

Silvina estaba permanentemente preocupada, no dejaba que su marido lo fuera a buscar solo al amigo y en una ocasión, en que salieron de su casa sin avisarle, entró en pánico, dando por seguro que los habían secuestrado. En las calles de Buenos Aires, señala Bioy Casares, se leyeron por aquellos días carteles que proponían: “Muerte a Rojas y a Borges” (Rojas, por cierto, no alude al escritor Ricardo Rojas, sino al almirante).

La madre del poeta, en una ocasión en que atendió una de los tantas llamadas telefónicas con amenazas de muerte, aconsejó al anónimo asesino en potencia que se apurara a cumplir su propósito, porque ya estaba muy anciana, no fuera que ella se le muriera antes.

Paralelos. En fin, me ha parecido interesante recordar este episodio de la vida política de Borges por varias razones: en primer lugar, para destacar su coraje cívico, del que dio muestras en diversas oportunidades (también fue capaz a menudo de otro coraje más raro aún entre los intelectuales, el de aceptar y hacer públicos sus errores, como por ejemplo cuando asistió al juicio histórico de las juntas militares durante el gobierno de Raúl Alfonsín y reconoció su equivocación y su ignorancia sobre los horrores cometidos por la dictadura militar, que él había apoyado). En segundo lugar, para traer a la memoria de los lectores un texto de Borges ya olvidado. En tercer término, porque algunas facetas de la imagen del peronismo recordadas por el autor parecen tener su reflejo en nuestro presente, particularmente en esa vocación autoritaria del peronismo y en esa duplicidad del gobernante que predica la justicia social y se comporta como un nuevo rico, un rico que ha logrado su prodigioso enriquecimiento a través de la política; y, por último, porque también el clima de intimidación, de temor a opinar libremente, que dejan ver las repercusiones de la publicación de Borges, se diría que tiene un vago, inquietante y progresivo eco en nuestros días.


[En: “La Voz del Interior”, Córdoba, 10 de marzo, 2013]

2 comentarios:

  1. No sé qué admirar más, Pablo: si la valentía de Borges o la tuya. Ambas por igual, en todo caso.

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  2. Gracias, Alejandro. Sabés cuánto valoro tu opinión, así que me reconfortan mucho tus palabras. Me temo, sin embargo, que tu admiración quedará bastante solitaria, pero es algo a lo que uno ya está acostumbrado, ¿no? ¿Debe importarnos? No, que no se escribe para obtener aplausos, sino para decir, cueste lo que cueste, lo que pensamos y sentimos - y antes aún: para descubrir lo que pensamos y sentimos. Un agradecido abrazo.

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