domingo, 8 de julio de 2012


Vaivenes críticos




Es una pena que en algunas reseñas no se cite siquiera un brevísimo fragmento del libro comentado. El lector tiene que confiar en la palabra del crítico (que, como sabemos, no siempre es del todo confiable), sin la más mínima posibilidad de formarse un juicio propio a través de la lectura directa de una muestra del texto.
Pensaba en esto ayer al mediodía, mientras daba una ojeada en un café al comentario del único libro de poesía reseñado en la última edición de la revista Ñ de “Clarín” (07-07-12): Control o no control (Mansalva), de Fernanda Laguna. Ya el título de la nota, “El nacimiento de la poesía”, de reminiscencias adámicas o venusinas, me dejó esperanzado, y más aún me intrigó y maravilló el copete, donde se lee que los poemas de esta autora “quiebran las a veces férreas convenciones del género”. Mirá vos, me dije, yo que creía que ya no hay convención alguna en la poesía argentina presente, ni siquiera la de recordarnos a veces que se está leyendo poesía, y ahora uno viene a enterarse de que hay incluso “férreas convenciones”.
La lectura de la nota prolongó esta maravilla inicial. Toda ella oscila entre polos opuestos, como si el crítico hubiera sostenido el libro mientras iba y venía en una hamaca, o en un subibaja: por un momento, se nos presenta la escritura de Laguna como elemental, “como si la poesía no hubiese existido jamás” antes de ella, “una narración sin montaje”, “sin intervención de operación estética alguna”, y por momentos en cambio como signo de “un incuestionable refinamiento cultural”; por un instante se ve la posibilidad de leer sus poemas como textos “de autoayuda”, pero luego se recapacita y se llega a la conclusión de que en tal caso la autora se habría dedicado a ese redituable género, “salteándose todo lo formal para ir directamente al contenido” (me preguntaba también qué entendería el autor de la nota por “todo lo formal”, y cómo ha de ser posible saltearse eso e ir “directamente al contenido”, y me preguntaba incluso cómo se puede todavía contraponer seriamente forma y contenido…).
En el párrafo final de su artículo, el crítico detiene la oscilación pendular y plantea sin vueltas esta decisiva cuestión topográfica: “¿Laguna está afuera de la poesía o trabaja en el centro mismo de ella?” Lamentablemente, no llegamos a saberlo, porque el comentario toma nuevamente envión en su hamaca y nos dice que “Laguna no está ni en uno ni en otro lugar”, a lo que luego agrega que “está en los dos, o en ninguno”, y avizora a renglón seguido que “está un poco más adelante”... Dado tal carácter de adelantada con respecto a las “viejas categorías de la crítica”, el recensor no puede decidirse a considerar a Laguna “mejor ni peor poeta”, porque “su falta de ubicuidad es un cuestionamiento radical a cualquier idea de lo que signifique ser un buen o mal escritor” (deducimos, pues, que los numerosos autores “ubicuos” con que cuenta la literatura permiten ser catalogados con mayor facilidad).
Como decía al principio, es una pena que no se cite ni un solo verso del nuevo poemario de esta autora, de quien recuerdo haber leído su libro Triste y algunos otros textos. Para no caer en lo mismo que objeto, transcribo aquí un par de composiciones suyas:
1) “Hormiguita, hormiguita, ¿cuál es tu nombre? / mi nombre es maría y soy una hormiguita. / Chau, buen viaje hormiguita.”;
2) “Cruzo la calle. / ¡Cuidado! / Los coches pasan veloces y uno salpica mi hermoso vestido / ¡Cuidado con los coches!”
 (Releyendo estos versos, entiendo por qué acudieron a mi mente las imágenes de la hamaca y del subibaja…). En fin, me hubiera gustado comparar la impresión que me produjeron textos como los citados (impresión muy próxima, debo decir, al título del primer libro de Laguna) con las nuevas creaciones. A lo largo de toda la media página de la revista que ocupa el comentario no es fácil formarse una opinión sobre Control o no control, ya que el mismo crítico parece tener sus dudas al respecto, pero se diría que la autora sigue cultivando aún la poética de entonces: “Hago el amor / con la oscuridad, / con el primer pensamiento / que se me cruce / por la cabeza.”


[P.A. / Córdoba, 08-VII-12]